Antídoto para un domingo cualquiera

La sensación viene a ser la misma que la que invade al solitario viajero anónimo que pasa a diario por la misma estación de tren en su regreso a casa. Las primeras dos veces observa, yo diría que con detenimiento, cada detalle de la imagen que se refleja a través del cristal y consigue sorprenderse por la originalidad de la estampa. 
La tercera y sucesivas, ni siquiera levanta la mirada del suplemento publicitario que tiene entre sus manos, y ya se sabe que todos odiamos los malditos anuncios -tan engañosos ellos-.
No queda alternativa: le resulta tan familiar esa estación ferroviaria, con sus idas y venidas de trenes puntuales, que ha dejado de interesarle lo que pasa en ella. 

Pues eso, es domingo.

Cambios de invierno

Un corte de pelo. Quitarle la leche al café de cada mañana. Coca-Cola por Pepsi. Gafas nuevas. Dejar de fumar. Pedir sacarina en vez de azúcar. Incluir una barra de labios roja en el bolso, porque el marrón ahora es aburrido. Sustituir los libros de poesía de cada noche por una interesante novela. Reír. Escapar de coger el metro o el bus: andar sin destino. Dejar el paraguas en casa con el único motivo de sentir la lluvia mojándome la cara. Revivir.
Pequeños cambios rutinarios, necesarios. Cambios que pasan desapercibidos pero que, sin embargo, oxigenan mi asfixiado día a día. Cambios que me oxigenan a mí.

Carrera sin meta

Es el inicio de una carrera que no tiene meta. 

El camino a recorrer por los participantes no concluye en un mismo punto. Nadie gana, todos pierden. Cada uno ha decidido marcar su objetivo, su destino, su ritmo y su velocidad.

Y no, esta vez no han podido acordar un punto intermedio, no se ha conseguido el ‘ni para ti ni para mí’. Al igual que tampoco han querido fijar un final de referencia a pesar de unos ingenuos esfuerzos.

Entonces, ¿por qué y para qué participar en esta carrera? 

Muerte metafórica

ELLA no recuerda el momento en el que ocurrió. 

De hecho, no recuerda nada de los últimos dos meses a pesar de que su entorno no ha cesado en el intento de activar en su memoria el más insignificante detalle que pueda dar paso a una explosión de lucidez y conciencia.
El tiempo ha pasado lento y pesado, dejándose sentir en cada minuto y segundo. Las horas se han hecho eternas y los días infinitos.

Son innumerables las suposiciones, teorías e historias que su entorno se ha encargado de imaginar sobre lo sucedido. Algunas de estas historias se asemejan a la realidad, otras la plasman y la mayoría quedan  muy lejos de resultar, incluso, creíbles. Lo que único cierto es que ELLA se ha convertido en la protagonista de todas, al igual, que lo es de la real. 
Sólo ELLA conoce lo que ocurrió y no parece estar dispuesta a recordar nada. Por el momento.

Muchos quisieran entender lo que pasó para que ELLA se quedase en ese estado de aislamiento, pánico y tristeza en el que se encuentra. Son sus amigos más cercanos los que han asumido el papel más trágico en la versión de lo ocurrido. Desesperan al creer que alguien (o algo) le ha hecho un daño irreparable y no pueden actuar en consecuencia porque desconocen el qué, quién y por qué. 

Sin embargo, es ÉL quien arroja algo de esperanza en esta historia, convencido de que detrás del estado de ELLA no hay ningún suceso trágico de novela negra que desvelar. Simplemente opta por creer que se ha sumido en un proceso de transición a una nueva y mejor vida. Una especie de muerte metafórica.

Ese día que te gustaría evitar

Esa mañana en la que la ilusión se convierte en el despertador de todos los niños. Esa mañana que se define a través de las risas, las ganas, los nervios, la incertidumbre de saber si los Reyes habrán acertado con sus regalos. 
Esa mañana que, perdón por lo que voy a decir, no me acaba de gustar. Y muchísimo menos este año.


De esa mañana recuerdo recorrer el pasillo de casa y, tras bajar las escaleras velozmente, encontrar debajo del árbol todos aquellos deseos envueltos en un bonito papel de regalo.

Recuerdo las galletas mordidas por los camellos, las tazas de leche vacías, el agua bebida. Me acuerdo de la cara de mi hermana, a la que le parecía tan mágico como a mí que un camello pudiese entrar en nuestra casa para comerse una galleta.Como también le sorprendía que los Reyes SIEMPRE acertasen y trajesen cosas que ni si quiera les habíamos pedido pero que sí queríamos. 

A pesar de que la mayoría de recuerdos que tengo de este día son muy buenos, debo aclarar que no me gusta por motivos que no revelaré, pero nada tienen que ver con su esencia. Es como si cada año se me acumulasen las quejas en un buzón escondido de mi mente para no gustarme. 

De hecho, es como si siempre intentase evitar este momento. Lo mismo me pasa con la noche anterior. Sin embargo, siempre hay algo mágico en esa noche, un gesto, una mirada, una sonrisa. Ilusión.
Sí, esa ilusión con la que los niños viven cada segundo de este día es la que hace que finalmente acabe odiándome a mí misma por haber intentado odiar estas fecha.

Este año ha sido aún más duro: estar lejos de casa no ayuda a querer reconciliarte con este día. No obstante, contra todo pronóstico, tuve una buena noche.
Me regalaron algo especial, y no hablo de nada material. A través de un Ipad entendí el mensaje que sus Majestades han querido hacerme llegar esta vez. Bastó una simple llamada de varias horas de Skype para saber quién y qué es mi mejor regalo.

Es así como de repente descubrí que me gusta reconocerme en los niños pequeños ilusionados. Verme en sus ojos, escucharme en sus risas. Creer en lo imposible, en la magia. Recuperar la ingenuidad infantil perdida con los años. Convertirme de nuevo en niña. Compartir su exigencia en cuanto a sus caprichos. 

Y eso mismo, el volver a ser una niña, es lo que me hace ver que, por norma, no suelo esperar mucho de este día y, sin embargo, acabo recibiendo muchísimo.

Amigos, que paséis un feliz día de Reyes.
Yo ya he tenido el mío.